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lunes, 7 de septiembre de 2009

Una vieja matriz de aprendizaje...


"Porque lo dijo yo"

Diana Baccaro


¿Quién no recuerda algún buen cachezato que recibió de chico? El escritor Juan Sasturain contó hace poco que la única literal paliza que le dio su viejo antes de los 10 años fue por "afanar plata para comprar figuritas. Debe haber sido en el 54, porque jugaban Colman y Otero en Boca". No aclaró si el castigo sirvió entonces para dejar de tocar monedas ajenas, pero la pasión por juntar figuritas siguió intacta durante toda su infancia. Hacer buen uso de la autoridad es tal vez el mayor desafío de los padres. Según la Real Academia Española, es el "crédito y fe que, por su mérito o fama, se da a una persona". Para ejercer el arte de mandar, entonces, la cualidad esencial es el prestigio, que se gana cuando somos coherentes entre lo que hacemos y lo que ordenamos. Y cuando pedimos disculpas si nos equivocamos.





Los padres aún usan el "chirlo" para disciplinar a los chicos


Para el 68%, un sopapo a tiempo vale más que mil palabras






Los que hoy tienen 50 o 60 años recordarán los colegios de curas en los que mandaban a los alumnos a arrodillarse sobre granos de maíz para enderezarlos. Y recordarán que hubo épocas en las que darle vuelta la cara de un sopapo a un hijo si se portaba mal era inseparable del concepto de disciplina. Hoy, sin embargo, la frase "un chirlo a tiempo puede más que mil palabras" no tiene tanto olor a viejo. Un estudio entre padres que llevaron a sus hijos al hospital Gutiérrez indicó que el 68% todavía usa el chirlo como método de disciplina.

En 2007, un grupo de pediatras del Gutiérrez hizo 475 encuestas a padres de chicos de entre 1 y 5 años. No sólo encontraron que la mayoría entendía al "castigo físico" como sinónimo de disciplina sino que muchos repiten su historia: el 41% de los padres también había sido criado a los golpes. Un trabajo similar en Estados Unidos indicó que 9 de cada 10 padres "nalguea" a sus hijos por lo que la Academia Americana de Pediatría salió a decir que "se opone firmemente" a pegar para educar y redactó una guía para reemplazar el cachetazo, el pellizcón y el tirón de pelos por otros métodos sin castigo físico. Pero ¿es o no es efectivo el famoso "chirlo a tiempo"?

"A los chicos no se los puede entrenar como a los perros, pegándoles con el diario. Cuando se les pega por lo general dejan de portarse mal y la sensación es que es el chirlo fue efectivo, pero en verdad el chico deja de hacerlo por miedo a que vuelvan a pegarle, no porque haya entendido qué estaba bien y qué estaba mal", dice Fernando Zingman, pediatra de la Sociedad Argentina de Pediatría. "Cuando se da un chirlo o se lo amenaza sin explicaciones, lo que se logra es que haga eso prohibido a escondidas y con más riesgos. Por ejemplo, si se le enseña a cruzar la calle, se le puede decir que si cruza mal se puede lastimar y no 'si cruzas solo te mato'. Mientras lo vigilen no va a cruzar pero el día en que esté solo va a correr a la calle".

Gabriela Giaccaglia, ex jefa de residentes del Gutiérrez y a cargo del estudio, opina: "Cuando el padre llega al chirlo es porque falló en las formas anteriores de poner límites. El chico que se va dormir a cualquier hora, que no quiere bañarse o cenar porque está mirando televisión, a la larga es inmanejable. Y es ahí que viene el chirlo".


Como no existe el manual del buen padre, la mayoría sólo hace lo que le hicieron sin margen de discusión. De hecho, la encuesta indicó que el 40% de los padres no habla con nadie de los métodos que usa. "Muchos padres fueron criados así y reproducen el modelo, pero el golpe no sólo no enseña sino que los lleva a mentir por miedo al castigo", dice Giaccaglia.


En la Asociación Americana de Pediatría aconsejan a los padres que "si dan una nalgada a un hijo después le expliquen con calma por qué lo hicieron". En su guía advierten que "un bebé de menos de 18 meses no entiende la conexión entre el chirlo y el mal comportamiento" y que los chicos que son disciplinados a los golpes son más agresivos en el colegio. Laura Cohen Arazi, coautora del trabajo, agrega: "Es difícil poner el corte. ¿Cómo sabemos que empieza con un chirlo porque lo sacó de quicio y no termina en maltrato?" Es que no es sólo el cachetazo: "Cuando al chico le decís 'si volvés a hacer eso mamá no te va querer más', para ese chico es una amenaza devastadora: implica que lo pueden dejar de querer por algo. Hay padres que no pegan pero les dicen 'sos un boludo' cuando hacen una macana y eso es tan fuerte como un golpe", dice Zingman.

Aunque parezca que el castigo físico encarrila, puede dejar secuelas en el plano psicológico: "Puede tener dificultades para relacionarse: reaccionar violentamente o no saber defenderse porque se le enseñó a crecer como víctima. Puede dañar su autoestima y la comunicación con sus padres porque ese chico aprendió a mentir para evitar el castigo", enumera Giaccaglia.


Los expertos piden a los padres no confundir: un padre que da un sopapo no es sinónimo de un padre que está poniendo límites.



Opinión
San Agustín concebía al niño como un ser imperfecto y maligno que necesitaba ser educado. De tal forma, era preciso enderezar lo que estaba torcido y mal formado.

Tal vez estos criterios que se instalaron en las sociedades junto a los atributos que le confería al "pater familia" el derecho romano, han sido la apoyatura que mantuvo a través de los siglos el castigo correctivo en la crianza de la niñez.

El avance de la civilización y la incorporación de los derechos de los niños, lentamente modificaron las modalidades empleadas por los padres en la educación de los hijos. No obstante permanece vigente el poder del castigo para instalar la obediencia que los niños deben dispensar a los adultos. De esta forma aprenden a incorporar el valor del golpe y la coerción para reivindicar los supuestos derechos que los asisten.

¿Es así como pretendemos erradicar los actos violentos ejercidos por niños y jóvenes para resolver conflictos? Debemos reflexionar sobre cuán poco confiamos los adultos en el valor de la palabra a la hora de educar y reclamar justicia.


Norberto Garrote

Jefe de Violencia Familiar, Hospital Pedro de Elizalde