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miércoles, 3 de noviembre de 2010

El duelo, un proceso que tiene sus tiempos



Por José Abadi - Psiquiatra, Psicoanalista Y Escritor
En ocasión del fallecimiento de Néstor Kirchner







No cabe duda que estamos frente a una pérdida de una magnitud particularmente significativa y que involucra no sólo a sus relaciones más íntimas sino también con características específicas a toda la sociedad que conforma esta nación.

Dicho de un modo más directo: un duelo que con distintos matices afecta a todos.

Es importante aclarar que un duelo es un trabajo (se llama trabajo de duelo) y que durante determinados períodos moviliza diversos sentimientos, ideas y representaciones en los deudos que padecen su partida. La intensidad de todo aquello que puebla este camino, en condiciones habituales, como es lógico suponer, irá variando con el correr del tiempo.

En un primer momento , el más agudo, lo que predomina es la angustia y un dolor que no puede terminar de aceptar la realidad de lo sucedido , Y, cuando se produjo de un modo inesperado y sorpresivo, no sólo se acentúa la perplejidad y el desconcierto, sino que puede adquirir la fisonomía de un shock traumático.

Un trauma es un impacto que por su cantidad y calidad no puede ser elaborado y manejado por quienes lo sufren de un modo que convencionalmente llamamos normal, sino que permanece enclavado como un cuerpo extraño que a lo largo del tiempo irá manifestándose a través de distintas alteraciones que necesitan ser trabajadas para poder superarlas.

Pero, continuando con el transcurrir del duelo, digamos que con posterioridad a ese primer momento, comienza a darse en el mundo interno de cada uno la aceptación de esa pérdida y, por lo tanto, un reacomodamiento al imperativo de esa nueva realidad. Este conjunto se da de un modo paulatino como distintos pasos de un proceso que, por supuesto, en la práctica no presentan la prolijidad lineal de una descripción teórica.

En un principio, el llanto exclama la imposibilidad de admitir lo que se ha ido e intenta angustiosamente y mágicamente recuperarlo; cuando luego la verdad se impone aparece aquella tristeza que impregna la vivencia de pérdida que se expresa en el trabajo del duelo como una ausencia, y finalmente, en último término se aloja en el alma como un recuerdo que acompañará por el resto del camino. La memoria es ese terreno privilegiado que nos protege del desamparo y del vacío inicial para dotarnos a los seres humanos de esa inmortalidad simbólica que la muerte no puede doblegar.

Si bien un proceso de duelo nos enfrenta con los límites de nuestra condición humana y lo imprevisible de la vida, también es cierto que puede resultar junto al inevitable dolor y tristeza, una experiencia que nos permita crecer internamente y repensar mucho de lo que dábamos por sentado con anterioridad.

A veces el paisaje de nuestra existencia toma una disposición que nunca hubiéramos imaginado y se abren puertas de comprensión de uno mismo y del semejante que nos enriquecen y nos fortalecen.

Es, sin duda, impacto, movimiento y cambio.

La calidad que adquirirá dependerá del trabajo de cada uno.

Un vínculo importante no tiene un sólo significado sino varios y es de gran ayuda transitarlos y explorarlos, si queremos un resultado saludable. Yo diría que es casi indispensable. Los lazos auténticos y profundos no se evaporan. La memoria y la historia se encargan de resguardarlos.

jueves, 30 de septiembre de 2010