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martes, 23 de junio de 2009

Hablando sobre las familias en la actualidad



Viviana Taylor




¿Qué sucedió durante los últimos cuarenta años en el plano más íntimo de los comportamientos familiares? En el nivel manifiesto, se verifican los siguientes hechos:
disminución del número de primeros matrimonios y de matrimonios reincidentes;
aumento de la cohabitación de prueba y permanente;
aumento de los divorcios y separaciones;
aumento de las familias monoparentales con una mujer como cabeza de hogar y de las familias ensambladas;
disminución del número de nacimientos;
aumento del número de nacimientos extramatrimoniales;
aumento de la participación permanente de las cónyuges en el mercado de trabajo y por lo tanto, aumento de las parejas en las que ambos tienen una actividad profesional.

En estos comportamientos manifiestos subyacen cambios latentes, de sentido más profundo, que definen lo que ha dado en denominarse familia postmoderna.
En primer lugar, podríamos decir que los individuos experimentan de manera diferente su creencia en la autonomía, rechazando el cumplimiento de los roles tradicionales de esposo/a y padre/madre. En esta línea de reflexión, se piensa que hay formas de realización personal que no pasan por “tener hijos” (aunque se los siga teniendo, pero en número cada vez más reducido).
En segundo lugar, si bien el amor romántico continúa siendo dominante en la elección del cónyuge, ya no se percibe a la familia como la realización de un “nosotros”, sino como la realización de “uno mismo”.
Tercero, el matrimonio ya no es una institución que, a la vez, marca el comienzo de la vida en común y protege a la familia a todo lo largo de su devenir.
Cuarto, la estabilidad de la unión conyugal ha cambiado de sentido respecto de otras épocas: la disolución del vínculo no es ahora involuntaria (por la muerte del cónyuge), sino que son los propios actores quienes la deciden voluntariamente (por divorcio o separación).
Y finalmente, puesto que ha cambiado la definición del rol asignado con respecto a la participación laboral y al sustento de la familia, los hombres están menos compelidos a ser el principal proveedor de recursos; y las mujeres ven disminuir sensiblemente su dependencia objetiva como consecuencia de su mayor escolarización y de su mejor inserción laboral.

Estos cambios guardan entre sí una gran coherencia: todos remiten a una demanda, explícita o implícita, de autonomía personal, de valoración del ámbito privado, de desvalorización de los lazos de dependencia respecto de las instituciones y las personas. Lo que ahora se espera de la familia es que debe ayudar a los miembros a construirse como personas autónomas. Los actores poseen un mayor control de su destino individual y familiar, en razón de nuevos valores que aprueban esa autonomía e inducen cambios en el derecho de familia, el sistema tributario, en las políticas sociales.
Paralelamente, ciertas condiciones objetivas facilitan ese control: es el caso del progreso en la tecnología anticonceptiva signado por la aparición de métodos altamente eficaces de manipulación femenina.

El efecto de estos cambios sobre la familia ha sido contundente. Así, desde los años 70 existen dos registros de vulnerabilidad familiar.
El primero deriva del hecho de que el avance de un orden interno contractual (es decir, el avance de una asociación entre sus miembros liberada de tutelas institucionales y basada en relaciones igualitarias) debilita la estabilidad familiar, en tanto ésta sólo depende ahora de autorregulaciones: la mayor inestabilidad es la contrapartida de la mayor democracia interna.
El segundo deriva del hecho de que aquellas familias que por su estatuto social y su precariedad económica son más proclives a perder los beneficios de la seguridad social, son también más proclives a la ruptura: la mayor inestabilidad es la contrapartida de la falta de protecciones colectivas, lo que a su vez refuerza el proceso de pauperización de quienes ya eran vulnerables antes de la ruptura.