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martes, 23 de junio de 2009

La escuela como institución socializadora



Viviana Taylor



Podemos distinguir tres misiones de la escuela. La primera es instruir, la segunda educar y, la más descuidada, socializar.
Para profundizar en su misión de socialización comenzaremos por recordar la existencia de una doble estructuración de la personalidad. Una primera personalidad, que se construye durante la primera infancia, particularmente a través de las identificaciones con los padres y del conflicto edípico. Esta personalidad implica el inconsciente freudiano. A partir de esta personalidad psicofamiliar, y durante toda la vida, el individuo hará proyecciones en el campo de lo social, de modo tal que en su inconsciente la sociedad será vivida por él como una familia, los superiores jerárquicos como padres, y la transgresión a la autoridad como fuente de culpabilización. Junto con esta personalidad existe otra, la personalidad psicosocial, que se desarrolla a partir del ejercicio de la apropiación del propio acto.

¿De qué se trata esto? La socialización puede ser entendida como la internalización de las normas y los valores de una sociedad por parte de los jóvenes. Muchos sociólogos tendieron a explicarla como un fenómeno mecánico en el cual la sociedad juega el papel activo, y los individuos el pasivo. Y muchos etnólogos tampoco tuvieron en cuenta al sujeto individual, y describieron una socialización en la que los jóvenes internalizan una realidad no objetiva sino ya transfigurada por las fantasías, los deseos y temores de sus mayores. La Psicología, por su parte, nos ha enseñado cómo se producen las relaciones de internalización entre una generación y otra a través de procesos de identificación, que nacen de los vínculos intrafamiliares, y se extiende luego a los otros adultos, sobre todo en la escuela.

¿Cuáles son las dificultades que pueden tener los adolescentes para construir su identidad a través de identificaciones sanas con los adultos?
Desde siempre, los adultos hemos sido los referentes de los adolescentes al ofrecerles una imagen deseada como personas y proyectos de vida, que se constituían en los modelos que ayudaban a configurar el desarrollo de su identidad. Les proveíamos el “hacia dónde” ir y dirigir sus esfuerzos y aspiraciones. El problema es que hoy no somos ni nos sentimos capaces de ofrecer –como sociedad, como grupo de adultos- una imagen deseada. Los adolescentes tienen dificultades para encontrar en la sociedad adulta referentes válidos, y esta dificultad es un obstáculo para la construcción de su identidad.

Junto con éste, existe otro modo de socialización, en el que la relación con la realidad se lleva a cabo sin la intermediación directa de adultos, y que sólo funciona si se desarrolla dentro de un marco social. Generalmente se da dentro de pequeños grupos, como el grupo de clase. Este tipo de agrupamientos crea las condiciones de posibilidad para que los adolescentes se sientan protagonistas de sus propias acciones y decisiones, al no sentir la mediación de la autoridad de los adultos. Este protagonismo es el que les permite inaugurar el sentimiento de “autoría”, de “ser dueños de sus elecciones y los actos que conllevan”. A este proceso se denomina apropiación del acto.

Según Gerard Mendel[1] existe una fuerza antropológica que nos hace considerar a nuestros actos como una continuidad de nuestro ser, lo que explicaría la necesidad de reapropiarnos de esos actos que se ‘nos escapan’.
Justamente lo opuesto a este movimiento de apropiación del acto es la fuerza tradicional de la autoridad que, por pertenecer a los adultos, vincula a ellos la legitimidad del acto.
Cuando la autoridad disminuye, como ocurre en la actualidad, es cuando uno comienza a vislumbrar que el mundo pertenece a todos los que lo hacen, y no solamente a unos pocos privilegiados. Esto demuestra que, de algún modo, hay una relación antagónica entre autoridad y actopoder[2] , aunque ninguno de los términos puede eliminar al otro.

El adolescente que vive en el medio urbano tiene carencias respecto de las dos formas de socialización, no por la pobreza de oportunidades, sino por estar estimulado por un gran número de informaciones, a veces contradictorias. Vive en un mundo que no le permite descubrir sus recursos y posibilidades, lo que termina originando una brecha entre su inteligencia crítica y la falta de confianza sobre su propia capacidad para arreglárselas solo. Salvo en aquellos que practican una activa cooperación, por ejemplo a través de la participación en deportes colectivos, el sentimiento de inseguridad es la marca de la falta de adquisición de autonomía.

En síntesis, para el adolescente hay dos formas de estar en la escuela: por un lado, las relaciones interpersonales con el docente, necesarias y sucesoras de las identificaciones parentales; y otra por la cual puede apropiarse de su propio acto, a través de una apropiación colectiva con su grupo de pares.


EN LA ESCUELA, EDUCAR ES EDUCAR EN GRUPO...
... y esto es lo primero que debemos tener en cuenta al reflexionar sobre nuestra tarea y los modos de mejorarla. Como docentes nos encontramos frente a un grupo de clase, formal, caracterizado por la uniformidad en la edad, la organización estricta, la presencia de líderes formales (nosotros), y con una finalidad educativa de carácter institucional. A su vez, está constituido por subgrupos informales que determinan su estructura interna, sus objetivos, sus problemas y sus propios líderes.

Dentro del grupo podrá distinguir distintos tipos de roles, cuya identificación le será útil para la tarea orientadora:
· Centrados en la tarea: el iniciador, el dador de información, el elaborador, el evaluador, el dador de opiniones...
· Centrados en el mantenimiento del grupo: el animador, el fomentador de la comunicación, el que recuerda los objetivos...
· Individuales: el agresivo, el dominador, el que busca ayuda, el acaparador de la atención...

¿Para qué nos puede interesar tener este conocimiento respecto del grupo de clase? Porque, dado que es por esencia el lugar privilegiado para el desarrollo de la personalidad psicosocial, la influencia que ejerce el grupo sobre los alumnos suele manifestarse en los procesos de imitación que permiten una homogeneización interna a la vez que una diferenciación externa (lo que los hace sentirse iguales entre ellos y diferentes a los demás, y con ello profundizar el sentimiento de pertenencia al grupo –o exclusión en quienes no lo logran-), en los fenómenos de contagio emocional, y en los procesos de control ya que el grupo se convierte en el marco de referencia valorativo. Es por esto que es necesario crear una comunidad moral en la clase, ayudando a los estudiantes a conocerse unos a otros, enseñándoles a respetarse, cuidar unos de otros, desarrollar sentimientos de pertenencia al grupo y responsabilidad, recuperar una adecuada disciplina como elemento para el crecimiento moral. Si bien existen métodos variados para crear esta comunidad a través del curriculum, uno de larga tradición es la Narrativa.

La Narrativa es un esquema por el cual los seres humanos dan significado a su propia experiencia de la temporalidad y las acciones personales. Provee un marco para entender los hechos pasados en la vida de uno y para planear las acciones futuras. Es el esquema primario por medio del cual la existencia humana adquiere significado.
Con una larga tradición en educación moral, ha recibido influencias de las teorías literarias recientes, las aproximaciones hermenéuticas a las Ciencias Sociales, y las críticas a las psicologías del desarrollo.
La narrativa es central tanto para el estudio como para la enseñanza de la moralidad, ya que los individuos dan significado a sus experiencias de vida y representan sus decisiones morales a través de formas narrativas. Este reconocimiento de la autoría de las elecciones, acciones y sentimientos morales marcaría el punto final del desarrollo de la sensibilidad moral, ya que los individuos se desarrollan moralmente poseyendo la autoría de sus propias historias morales y aprendiendo las lecciones morales en historias que cuentan acerca de sus propias experiencias. Y es en esto, justamente, que consiste la apropiación del acto.


[1] Mendel, Gerard. Sociopsicoanálisis y Educación. UBA y Ed. Novedades Educativas, 1996
[2] El poder que tenemos sobre nuestros propios actos. Tiene un triple aspecto :
· el acto ejerce siempre un poder sobre el entorno del sujeto (se relaciona con las consecuencias de lo que hacemos, deseadas o no);
· el sujeto puede ejercer mayor o menor poder sobre su acto (lo que se vincula con la voluntad y la libertad, y por ello supone en el acto una dimensión ética);
· el mayor o menor poder incide directamente en la motivación del sujeto (lo que explica por qué la abulia es uno de los correlatos naturales de la represión sobre la libertad).