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jueves, 18 de junio de 2009

Vivir en una sociedad desidealizada


Viviana Taylor



Cuando hablamos de idealizaciones, hacemos referencia a un conjunto de representaciones de la realidad que provocan adhesión afectiva e identificación. Así, diferentes momentos históricos se caracterizaron por diferentes idealizaciones: la gran Patria Latinoamericana, la Justicia Social a través de la igualdad y la libertad para todos, el acceso del Pueblo al poder, la movilidad social a través del estudio y el trabajo, la Democracia como construcción colectiva de una forma de vida, la Revolución Productiva, la extensión de la definición de los Derechos Humanos…
Las idealizaciones tienen suma importancia en el desarrollo de la identidad, ya que aportan a la constitución de la dimensión ética de la persona. De la misma manera, la tienen en el desarrollo de la identidad común que permite la construcción de la noción de comunidad.

Sin embargo, la nota característica de nuestra sociedad actual es la pérdida de idealizaciones; desidealización que podemos rastrear en las siguientes evidencias:

·Bajas expectativas respecto de los beneficios que podemos esperar del futuro. Esta pérdida constituye un quiebre profundo con lo que sucedía hace apenas una generación atrás, cuando se confiaba en el logro de un progreso no sólo individual sino social, que inevitablemente iba a llegar. De hecho, hasta hace una generación atrás, la mayoría de las historias de los argentinos se resumía en un relato familiar en el que cada generación estaba mejor (económica, social y culturalmente) que la anterior. Era la idealización de nuestros abuelos de “M’hijo, el dotor”, que no sólo legitimaba su esfuerzo en el trabajo, sino el de sus hijos en el estudio. Y aún cuando las promesas no se cumplieran para cada historia individual, estaban socialmente garantizadas: alguien lo lograba, y todos conocían a algún alguien.
La actual pérdida de confianza en lo que está por venir es fuertemente desmotivadora, ya que al no garantizar la obtención de algún beneficio a través del sacrificio propio o común, le quita fuerza a todo proyecto y deslegitima los argumentos en favor del esfuerzo.
Los docentes tenemos ejemplos diarios de esto en cada grupo de clase que atendemos. Lo vemos en la resistencia frente al trabajo individual o colectivo. Y, en aquellos que están dispuestos a hacer un esfuerzo, es llamativa la tendencia a resistir el trabajo colaborativo, ya que muchos sólo se disponen a esforzarse si los beneficios van a ser individualmente considerados.
Por supuesto, no es algo que deba restringirse a los niños y adolescentes: este “desgano colaborativo” y falta de expectativas es también evidente entre compañeros de trabajo o en cualquier grupo al que tengamos acceso. Y un caso muy particular es el que se produce frente a hechos y situaciones en los que la referencia de “lo común” es la sociedad ampliada, como es el caso frente a elecciones u otras cuestiones de la vida política: tal desgano deviene del convencimiento de que todo cambio profundo es imposible, y que de haberlo seguramente será para peor, promovido por la negligencia o la corrupción, según sea el caso.

·Por otra parte, está el tema de la pérdida de los modelos de referencia, íntimamente relacionada, por un lado, con la exposición a través de los medios masivos de comunicación de la debilidad privada de los referentes sociales. Podríamos encontrar nutridos ejemplos de esto al hojear cualquier diario o revista de actualidad, y al mirar un rato de televisión: el presidente italiano rozando con sus genitales las nalgas de una mujer policía acodada sobre un patrullero y retozando con jovencitas con poca ropa y menos edad; un ex presidente nuestro gritando enardecido contra los medios de prensa y otro alardeando de las mujeres que pasaron por su colchón durante su presidencia; diputados candidatos a diputado prometiendo hacer lo que ya habiendo tenido la oportunidad no hicieron, y otros de listas testimoniales y colectoras; divas de televisión pidiendo mano dura con los delincuentes mientras blanquean sus millones en negocios turbios y sepultan automóviles mal habidos bajo fardos de heno; jovencitas “queni” (que ni bailan, que ni cantan, que ni actúan) que saltan a la fama sin conocerse demasiado bien qué hacen… y todos gozando de beneficios con los que ningún trabajador se atreve a soñar.
Y por otro lado, la pérdida de los modelos de referencia también está íntimamente relacionada con la manifestación de la impotencia para el desarrollo de los proyectos de vida propios y de los referentes más cercanos. En este sentido colabora una característica muy fuertemente arraigada en los argentinos, que es la de la queja: a todos nos va mal, y a los que les va bien, les va mucho peor de lo que les gustaría y consideran que se merecen. Esta tendencia a la queja instalada va erosionando las esperanzas de los jóvenes, pero también va minando la imagen que como adultos tenemos de nosotros mismos y nuestras posibilidades, como una gota que a la larga resquebraja la piedra. Así es como se va retroalimentando la tendencia a una lectura escéptica de la realidad, basada en la consideración exclusiva de las experiencias de sufrimiento y fracaso.

· Pero más grave aún que la pérdida de modelos, es que cuando no hay modelos, cualquiera puede serlo. Es el caso de los ídolos, personajes a los que se los identifica a partir de una única característica de su persona –que es resaltada y se constituye en su marca de identidad- con oscurecimiento de las demás características. Así, un ídolo se constituye a partir de una identidad sesgada. Se trata de una categoría en la que puede entrar cualquiera que, por ejemplo, obtenga el máximo de beneficios con el mínimo esfuerzo (como cualquiera capaz de “hacer plata fácil”: un político corrupto, un narcotraficante, una “botinera”, etc.) o que sea capaz de mostrarse como quien tiene respuestas a nuestras preocupaciones, sin importar los métodos en los que base su actuar (como es el caso de los líderes fundamentalistas, autoritarios o violentos). Todos estos ídolos conllevan en sí el riesgo de producir identificaciones que amenazan la construcción de una identidad sana, sea individual o social.

Tradicionalmente, los adultos (en tanto portadores y transmisores de idealizaciones) hemos sido los referentes de los niños y adolescentes al ofrecerles una imagen deseada como personas y proyectos de vida, que se constituía en los modelos que ayudaban a configurar el desarrollo de su identidad. Les proveíamos un “hacia dónde” ir y dirigir sus esfuerzos y aspiraciones.
El problema es que hoy no somos ni nos sentimos capaces de ofrecer –como sociedad, como grupo de adultos- una imagen deseada, porque sentimos que no lo somos. Así, no son sólo los niños y adolescentes los que tienen dificultades para encontrar en esta sociedad adulta referentes válidos. Tampoco nosotros somos capaces de hallarlos.
Esta dificultad es, para ellos, un obstáculo para la construcción de su identidad. Y, para todos nosotros, un obstáculo para la construcción de una identidad común.